miércoles, 9 de mayo de 2012

Simplemente Cruyff

José Manuel Portas - Historia



La huella directa de Johann Cruyff en el torneo continental de selecciones no se ha impregnado en forma de leyendas de míticos goles, finales ganadas o picarescas triquiñuelas. De hecho, Cruyff tan sólo participó en la edición de 1976, en la que Holanda finalizaría tercera. En pleno apogeo ideológico de la Naranja Mecánica y con Johann como máximo valedor, los neerlandeses fueron eliminados en semifinales por los checoslovacos y terminaron conquistando el simbólico bronce ante Yugoslavia.

La importancia de Cruyff va mucho más allá como para limitarla a su simple presencia en el césped. Es evidente que la impronta del holandés y su forma de ver y leer el fútbol ha traspasado fronteras y ha creado un estilo, perfeccionado por sus sucesores, que ha caracterizado algunos de los mejores momentos de esta competición desde los años setenta. La abrumadora personalidad de Cruyff protagonizó importantes momentos fuera del campo, relacionados con su forma de ver la vida y la selección. Desde jugar el mundial´74 con una camiseta diferente a sus compañeros por temas publicitarios hasta no participar en la siguiente Copa del Mundo mostrando su condena a la dictadura argentina, pasando por continuas divergencias con la Federación Holandesa por las concentraciones e incluso un intento de secuestro en Barcelona sobre la familia Cruyff. Una vida apasionante que se reflejó sobre el césped.


Johann Cruyff es un hombre inquieto. Lo es ahora, con 65 años, y lo era cuando debutó en el combinado holandés. Inconformista y orgulloso, desde el principio entendió el fútbol de una forma casi inédita hasta entonces. De la mano de Rinus Michels desde el banquillo, Cruyff empezó a creerse y mostrarse como el líder de una selección que haría historia en las biblias futbolísticas. Holanda exhibió su ideario completo durante la década de los setenta; algo transgresor dentro de un mundo que ya estaba cambiando. Un fútbol olisqueado ligeramente en el River Plate de los años cuarenta (“La máquina”), pero transportado al mainstream futbolístico por los vitales holandeses.

La idea básica consistía en tener el balón el máximo tiempo posible, intercambiar continuamente posiciones y llegar a posiciones de ataque mediante triangulaciones continuas, amparándose en la gran condición técnica de los holandeses. Todo ello aderezado con recetas tácticas adicionales, como la presión a la defensa contraria, los delanteros colocados como extremos, la incorporación de centrocampistas ofensivos, la defensa de tres, etc. Hoy en día no hay idea que suene a novedad, pero en el anquilosado fútbol de entonces estos conceptos suponían un aire fresco dentro de la mediocridad táctica general. Jamás un futbolista había pensado que los rondos fueran a suponer la parte más importante del entrenamiento.



Cruyff era elegante, un cisne en el campo. Más que jugar, bailaba con el balón; veía lo que nadie, corría lo que todos e improvisaba como el que más. Defendía y atacaba con la cabeza, disponía de una técnica singular y una aceleración brutal. Mejoraba a sus compañeros y se movía con libertad por el frente ofensivo de su equipo. Generalmente arrancaba como falso delantero para comenzar el intercambio de posiciones y el consecuente despiste de las marcas rivales. Un todocampista, un volante, un goleador completo, un cerebro. Para muchos, el mejor jugador europeo de la historia.

El riesgo y la innovación suelen pagarse y el legado en forma de premisas que ha dejado aquella Holanda no se vio acompañado por éxitos bajo la piel de títulos. La crueldad de la derrota en las finales de las Copas del Mundo de Alemania´74 y Argentina´78 hirió las intenciones de los Países Bajos pero su orgullo se sobrepuso. Cruyff figuraba ya como máximo exponente de un nuevo fútbol. Un juego donde la técnica y el físico se combinaban en una trabajada fluidez de movimientos para resultar en una belleza deportiva de singulares características.

El destino pone a cada uno en su sitio. Y el valiente Rinus Michels, con su soldado Johann al frente, idearon un movimiento que dio a Holanda su única Eurocopa en 1988 y supuso la primera semilla que germinó en una época gloriosa para el Dream Team (con el propio Cruyff de entrenador), una idiosincrasia de por vida para el Ajax de Amsterdam, decenas de trofeos para el Barça de Guardiola y la tan ansiada gloria continental y mundial para la España del siglo XXI. Evidentemente, Cruyff no es el único pilar en sostener estos éxitos, pero sí la base ideológica en la que sustentar buena parte del juego. Él escribió un manual de instrucciones que, anteriormente, había probado como jugador y que en los últimos años ha sido sensiblemente mejorado por su alumno más aventajado, Josep Guardiola.



El legado de El Flaco debe figurar como uno de los más importantes en la historia del fútbol y, por ende, en la tradición de la Eurocopa de selecciones. La portada del libro de Holanda en la Euro la ocupa la volea de Marco Van Basten aquella soleada tarde de junio del 88 en Münich. Y el principal autor de la obra es Johann Cruyff.






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